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¿Te gustan las piedras? A mí las tortugas dormidas

Alan Sierra

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¿Alguna vez han visto videos de las reacciones de simios a trucos de magia?

Es uno de mis contenidos favoritos. Al principio parece que miran a otro lado —como la mayoría de los animales que nos ignoran decididamente— pero cuando el acto se desenvuelve no pueden evitar mostrar su impresión. Gesticulan desesperadamente para comunicar su asombro y entonces el mago sólo puede reír. Ríe porque ha logrado engañar a un ser inteligente, inteligente porque entiende el orden lógico de las leyes de este mundo y está reclamando su restitución.

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Me propuse hablar sobre animales porque estoy cansado de cometer imprudencias. Cuando se escribe sobre un humano parece que debemos ponerle palabras en la boca que justifiquen su existencia y dibujarle un cuerpo congruente, pero con los animales pasa distinto porque están mudos y se mueven a la vez. En su silencio transmiten efectos sensibles, sugieren consciencia y voluntad, realizan actos simbólicos que pueden enmarcarse en contextos culturales.

Quizá a su flexibilidad se deba el género de la fábula. Los animales siempre estarán indeterminados porque no los podemos descifrar. Tal vez cuando logremos la telepatía nos acerquemos un poco y aún así, con cuerpos tan distintos, nunca estaremos seguros de entenderlos.

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Los animales no sólo han sido objeto de nuestras representaciones, también han sido el material con el que las fabricamos.

El hueso sacro de Tequixquiac fue descubierto en 1970, a una profundidad de doce metros, durante las excavaciones que se realizaron para desaguar el Valle de México.

La pieza, que representa a un coyote o cochino de hocico alargado con una ligera sonrisa, es de particular importancia porque parece ser uno de los artefactos culturales más antiguos de Mesoamérica. Sabemos que es así de viejo porque el animal está tallado en la pelvis de un camélido que se extinguió hace 10,000 años, un mamífero parecido a una llama que solía caminar por el Valle de México.

Es muy divertido que la pieza sugiera que existen animales más simpáticos que otros y que por ello merecen más atención. No puedo saberlo con seguridad, pero la decisión que debió de haber tomado el escultor para fabricar la figurilla implica una jerarquía, es decir, él prefería estar acompañado de la imagen de un perrito sonriente a la del hueso pélvico de un animal para el trabajo.

Tal vez el arte comienza con los animales.

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Haz algo que nunca nadie haya hecho antes era el lema y la principal motivación para integrarse al movimiento Gutai en el Japón de la posguerra. En 1955, la agrupación organizó una primera exhibición en la que plantearon sus intenciones con obras dinámicas en contra de un arte hierático y tradicional.

Utilizando como sede una fábrica prestada, los participantes aprovecharon la exhibición para usar su propio cuerpo como parte de las piezas, iluminaron el espacio con luces de colores, instalaron pinturas flotantes, penetrables y momentáneas.

Las obras se fueron activando una por una pero las actividades eran interrumpidas por el recorrido desprevenido de media docena de gallinas teñidas con los colores primarios.

La obra Work (Chickens) de Jiro Joshihara anticipaba una pintura disruptiva y en movimiento, pero la carga teórica del discurso no era suficiente para exentar a las gallinas de su encanto rural. En vez de hacer algo para ser visto por un espectador -por ejemplo, una pintura colgada en el muro- Jiro Yoshihara, tal vez por accidente, creó una obra que lo miraría de vuelta.

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Desde siempre hemos tratado de mantener quietos a los animales. No sólo los hemos encerrado y puesto correas, nuestras taxonomías y descripciones son intentos para satisfacer la misma necesidad: dejarlos inmóviles por el gozo de entenderlos.

Para los inuit del ártico canadiense en el momento en que una persona se mueve se convierte en una línea. Así, las personas son llamadas por las huellas que dejan detrás de ellos. De la misma forma, los animales son reconocidos por los patrones que realizan en sus movimientos característicos, es decir que para percibir al animal es necesario presenciar su actividad.

En el libro de Richard Nelson, Make Prayers to the Raven, se recogen algunos ejemplos utilizados por el pueblo Koyukon de Alaska. Para referirse al zorro dicen “repentino resplandor de fuego atraviesa la maleza” y para búho utilizan “reposar sobre las ramas más bajas de los pinos”. Esto quiere decir que los nombres de los animales no se usan tanto como sustantivos sino como verbos.

Quizá a eso se refiere Derrida en The Animal That Therefore I Am cuando habla de los animales como palabras: animot (animal y mot que en francés significa palabra y que en conjunto se usa para referirse a un vocablo que se desplaza como un gato).

Una de las razones que llevaron a Derrida a escribir las conferencias sobre los animales fue la sensación de vergüenza que experimentó cuando su gato lo vio desnudo mientras salía de bañarse. Fue ahí que reconoció la primera diferencia, la del hombre que sólo puede llegar a ser un animal vestido -un nunca animal- y el gato que no está consciente de su desnudez y es un nunca desnudo.

Finalmente, Derrida reflexiona sobre lo propiamente animal argumentando que la violencia enmudecida, la capacidad para recibir un acto de crueldad sin llegar decir nada, es la verdadera característica de la animalidad.

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La fotografía es de una película llamada A Bucket of Blood (1959). Una comedia de horror en la que Dick Miller representa a un mesero inadaptado que atiende un bar frecuentado por bohemios en Estados Unidos, un concurrido club que los artistas aprovechan para hablar del arte de la época, enfrentar sus ideas y principalmente presumir sus logros.

Todos los días el protagonista regresa de su trabajo desanimado por los abusos de su jefe y las burlas de los comensales, pero le dedica gran parte de su tiempo libre en casa a modelar escultura figurativas que lamentablemente siempre le salen mal.

Una de aquellas noches el mesero se percata que el gato de su vecina se ha metido en las paredes de su habitación y se encuentra atrapado. El personaje decide liberarlo rompiendo la pared con un cuchillo pero, por desgracia, mata a la mascota en el intento de salvarla. En su preocupación por ocultar el cadáver lo cubre con la arcilla que estaba amasando sobre la mesa, lo que resulta en una escultura del instante en el que un gato es asesinado con un arma blanca.

Esta nueva obra no tarda en ser descubierta por los marchantes y el mesero se convierte rápidamente en un artista famoso que por las noches tiene que buscar otras víctimas para producir más esculturas. La película se vuelca muy pronto en una narrativa policiaca, sin embargo, las razones por las que la comunidad artística se acerca al arte del mesero me resultan más interesantes. En sus comentarios elogian la genialidad de la crueldad inofensiva, la teatralidad del homicidio representado. Sólo se horrorizan cuando se dan cuenta que la imagen del gato asesinado no es puramente metafórica.

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Con la aparición del cinematógrafo, la forma en la que los animales eran representados y exhibidos cambió. Es posible revisar la evolución de las jaulas en el Zoológico de Londres, específicamente en el periodo de 1903 a 1935, gracias a los escritos del paleontólogo y escritor Jonathan Burt.

Durante ese lapso de tiempo el zoológico se propuso equilibrar su papel como espacio de entretenimiento y proyecto educativo comenzando por establecer una misión: mejorar la salud y longevidad de las especies.

Bajo este nuevo objetivo se diseñaron espacios al aire libre y con luz natural para los primates. Burt señala que dichas escenografías/ecosistemas permitieron que el significado y atractivo de los especímenes cambiara, los animales pasarían de ser un objeto a un evento.

La Monkey Hill de 1925 fue un edificio diseñado para aprovechar las ventajas de la intemperie, se trataba del primer paisaje rocoso separado por una brecha profunda en un zoológico. Permitía a las personas observar a los monos sin rejas, como si se encontraran en su hábitat natural.

Para la ocasión, más de cien animales fueron traídos de la antigua Abisinia —ahora Etiopía— y a pesar de que se había especificado que sólo se requerían especímenes machos se añadieron seis hembras. Después de liberar a los machos tocó el turno de las hembras y la catástrofe comenzó.

En seis meses veintisiete babuinos murieron. Y cuando, para establecer un equilibrio, se integraron treinta hembras junto con cinco machos de corta edad en tan sólo cuatro semanas murieron quince más.

Para enero de 1930 sólo quedaban 39 machos y nueve del sexo opuesto. El interés público se detuvo claramente cuando la violencia entre los simios terminó, pero los trágicos sucesos del experimento serían recordados por décadas, al menos hasta que la Monkey Hill fuera suspendida y replanteada.

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Se dice mucho que salvemos a los animales pero tal vez es porque ellos nos han salvado antes.

Los sacrificios que Hermann Nitsch realizó con seres vivos han sido discutidos ampliamente. Su connacional, Otto Muehl, trató de presentar una acción similar en los años setenta con un borrego que sería sacrificado en el escenario, pero se le impidió realizarlo.

Poco tiempo después fue invitado a presentar una variación de esa acción en el festival de cine Wet Dream, en la ciudad de Ámsterdam.

Durante el evento, Muehl trató de consumar actos sexuales de forma violenta con un grupo de personas desnudas -que cabe recalcar eran mucho más jóvenes y bellas que él-. Una de las espectadoras, la escritora Germaine Greer, dijo que las nalgadas que Muehl le propinaba a los actores eran tan fuertes que la marca roja de su mano no se desvanecía de sus cuerpos.

En algún momento de la presentación, Muehl provocó a la audiencia con una pregunta: “¿es que nadie va a hacer que se me pare?”. Su pene permanecía flácido mientras el público observaba pasmado.

Empujando los límites de la tolerancia, Muehl ordenó traer un ganso vivo al escenario para cortarle un segmento del cuello y luego usarlo para penetrar a una de las participantes con él.

Aprovechando la confusión, cuando pasaban el ave de mano en mano para acercarla a Muehl, el poeta Heathcote Williams la arrebató de los organizadores y huyó corriendo con ella en brazos, abriéndose paso entre la multitud, salvándola de la muerte.

Es fácil imaginarse al poeta respirando agitado, abrazando al animal en medio de la noche, mientras busca un taxi para llegar a casa y escapar de la mirada pública. También lo veo en la soledad de su sala, bebiendo un vaso de leche, observando al ave dormida y meditando qué es lo que harán el día de mañana.

No se si existe un mejor lugar para la poesía que la naturaleza. Aún en los contextos más urbanos y sofisticados, la simpleza de nuestras interacciones con los animales nos recuerda lo elementales que resultan las necesidades como el amor y la comunicación.

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Hace poco escuché una noticia que llamó mi atención. En una zona residencial, un problema alcanzó una visibilidad inesperada. Desde hace más de doce años una persona aloja perros sin hogar en su casa. Sus sentimientos —que han escalado proporciones similares a las de los personajes en 101 Dálmatas— la han llevado a recoger más de doscientos caninos.

Un triste diciembre las fuerzas policiacas del estado acudieron a la propiedad para retirar a los canes de su custodia y llevarlos a un lugar más apropiado para sus necesidades, respondiendo a las quejas de los vecinos molestos por el ruido y el mal olor.

Dicha persona recuperó un porcentaje de sus animales después de un complicado litigio. Mientras esperaba a los ausentes se decía para consolarse: ¿Dónde están mis perritos? Necesito verlos, necesito contarlos a todos antes de dormir.

Contar a los perritos es una forma de quererlos, aunque no tengan nombre.

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Las tortugas de la fotografía son originarias del desierto y se llaman Junio, Julio y Agosto en honor a los meses del verano en los que hace más calor. Como toda especie amenazada están prohibidas como mascotas pero las personas se las llevan a casa cuando las encuentran en el campo y la carretera. Es común encontrarlas en los jardines de regiones desérticas.

Por lo general son bastante prácticas, requieren menos mantenimiento que un pez y no causan molestias. Para un humano sería imposible imaginar el descontento de una tortuga por la vida en cautiverio. ¿Quién podría comprender la desesperación en una criatura tan paciente?

El nieto de la dueña de estas tortugas me contó una historia interesante sobre ellas. Durante unas vacaciones, la señora de la casa decidió pasar los días cálidos en un lugar más fresco y aprovechando su ausencia, sus hijos decidieron sorprenderla arreglando el jardín. Además de comprar unas macetas cubrieron con cemento el patio entero para que no acumulara polvo y fuera más fácil de limpiar. Cuando la dueña regresó de su viaje no tardó en expresar su inconformidad por el cambio de suelo, pero eso no era lo más grave, las tortugas habían desaparecido.

La imaginación de un adulto siempre es cruel. A los niños les dijeron que algún albañil había dejado la puerta abierta y que habían escapado porque les molestaba el ruido del trabajo. Mi amigo, menos ingenuo, no lo creyó. Sabía que para que una tortuga llegara a la entrada de la casa necesitaría de algunos días. Lo más probable es que hubieran sido sepultadas bajo el colado cuando se enterraban para buscar tierra fría, raíces húmedas, algo de agua y resguardarse del sol.

Un año más tarde la abuela reunió un poco de dinero y decidió restablecer el jardín. Ordenó remover el cemento —que además se calentaba demasiado— y que plantaran algunos árboles para que dieran sombra.

Junio, Julio y Agosto no tardaron en reaparecer, a los tres días las encontraron platicando. Se veían un poco secas pero experimentadas y descansadas. Parecía que habían soñado un largo sueño de un año entero, un nutritivo retiro de silencio, y ahora estaban listas para volver a interactuar.

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Quisiera terminar con un fragmento de un poema de Blanca Varela que me gusta mucho. Es fácil empatizar con el muchacho del texto o el perrito en las nubes, pero me gusta pensar que la transfiguración de la mascota les ha enseñado a observar fenómenos que no percibían antes, a relacionarse con el estado del tiempo, a atender el silencio de los objetos y practicar formas más justas de comunicación no verbal.

 

Cierta mañana Cosme abrió los ojos y vio a su perro envuelto en una nube azul.
Con un alfiler lo persiguió varios meses.
Era difícil alcanzarlo.
La nube cambiaba de color y el pobre animal gemía en el centro mismo del firmamento y bañaba la cabeza de Cosme con sus espesas lágrimas.
Cosme tenía los dientes rojos de dolor y sus mejillas ardían de impotencia.
Día y noche espiaba el cielo.
Cuando había buen tiempo divisaba la nube perfectamente redonda.
Entonces saltaba, llegaba a distinguir a la infeliz bestia que arropada de gases irisados orinaba tristemente para orientarlo. La esperanza no lo abandonaba ni en las terribles noches de tormenta en que la nube se mecía de ira sobre su cabeza.

Y así pasaban años y años y Cosme no quería otro perro.

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